El aniversario de las elecciones del 28 de junio tuvo muy poco de celebración. De de Narváez a Solanas, pasando por Carrió, los opositores se repartieron entre lamentos y justificaciones. El presidente de la UCR, Sanz, se atajó señalando que “los problemas no se resolverán hasta la llegada de otro gobierno, en 2011”. Hace un año, el triunfo de la llamada ‘oposición’ había consagrado en las urnas la derrota del gobierno en el conflicto sojero. A esto se agregó la crisis mundial: en el trimestre en que transcurrió la campaña electoral, se produjeron la mayor caída de la producción de todo 2009, una gran salida de capitales y una serie de ocupaciones de empresas como respuesta a despidos y suspensiones. El adelantamiento de las elecciones a junio había resultado un error de cálculo electoral. El revés electoral del oficialismo puso de manifiesto, de este modo, una crisis de conjunto – tanto del régimen político como social. Dos años antes, la flamante Presidenta había buscado aprovechar la consolidación política del kirchnerismo, a partir de 2005, con la propuesta de una conciliación a la llamada oposición con el objetivo de ‘normalizar’ tanto las relaciones internacionales después de la renegociación de la deuda como las nacionales afectadas por el congelamiento de tarifas.
El sinsabor de los ‘opositores’, un año después, está plenamente justificado. El 28 de junio de 2009 habían prometido un viraje político que resultaría en una “parlamentarización” que desplazaría el centro de las decisiones políticas de la Casa Rosada al Congreso. En esta línea se escucharon planteos a favor de una nueva reforma constitucional para limitar poderes al Ejecutivo y posibilitar la destitución del jefe de Gabinete por parte del Congreso. El planteo parlamentarista fracasó sin atenuantes y ya no se escucha nada sobre la reforma constitucional. El gobierno aprovechó el período hasta la asunción del nuevo Congreso para dictar leyes fundamentales (como la ‘reforma política’) y aprobar el Presupuesto 2010. La oposición fue absolutamente incapaz de enfrentar estos atropellos mediante la movilización popular. Más tarde se produjo el choque por el uso de las reservas del Banco Central, que el gobierno ganó por varios cuerpos y, en el camino, reforzó la función de los decretos de necesidad y urgencia, que luego fue ratificada por la Corte. En este caso los ‘opositores’ se toparon con que la burguesía mundial aprobaba, aunque con entusiasmo retaceado, una medida que permitía pagar la deuda externa de Argentina y garantizar el canje de deuda y un nuevo ciclo de endeudamiento. La Corte defendió la vigencia del régimen de decretos de necesidad con el reiterado argumento de que limitan al Ejecutivo frente al Congreso (cuando nunca antes tuvo esa facultad constitucional) y cuando, en realidad, otorgan poderes legislativos al Presidente. En definitiva, a partir del resultado electoral del año pasado se desarrolló una fragmentación del régimen político, que se ha agudizado en las últimas semanas: hoy tenemos un bonapartismo presidencial que provoca choques permanentes; un parlamentarismo impotente que divide a los bloques opositores, y un Poder Judicial cuyos fallos son rechazados, lo que obliga al arbitraje permanente de la Corte Suprema.
Desborocotización
El kirchnerismo celebra una curiosa suerte de “renacimiento” oficial, cuando en los hechos ha instaurado un método de gobierno de crisis, que no le sirve para encarar siquiera los problemas apremiantes que le plantea la crisis mundial. Los K se complacen con la incapacidad de los opositores para imponer su victoria electoral en el Congreso, sin reconocer que la disgregación principal se viene produciendo en sus propias filas –con el apartamiento de senadores oficialistas, gobernadores y funcionarios en diferentes provincias y niveles. Los K se apoyan cada vez más en un gobierno de camarilla, como lo acaba de reiterar la salida de Taiana. Una parte importante de su personal transita con más frecuencia los pasillos de los Tribunales. La base social del gobierno es cada vez más contradictoria: de un lado, recibe el apoyo del imperialismo –por su alineamiento contra Irán–, de los especuladores de la deuda argentina, de los grandes pulpos mineros y las constructoras; del otro, el apoyo de una fracción cada vez más reducida de la burocracia sindical (Moyano y Yasky, cada vez más enfrentados en la CGT y CTA), cuya debilidad quedó de manifiesto en su derrota en el sindicato de la Alimentación y en otras paritarias. La cooptación de sectores que vienen de campos ajenos a la burocracia ha servido más para perjudicar el futuro de éstos que para beneficiar al gobierno. El gobierno podría incluso atribuirse haber logrado una polarización política de cara a las elecciones de 2011, pero se trata de una polarización superestructural o ficticia. De un lado, no ha logrado producir ninguna movilización popular; del otro, tampoco consiguió emblocar a la oposición en un único bloque de derecha. El bonapartismo impotente de la camarilla no equivale al ‘renacimiento’ que se adjudica el oficialismo.
El 28 de junio debería ser motivo de celebración para Solanas, después de su impactante segundo lugar en la Capital. Desde entonces ha desarrollado una agitación parcial contra la minería contaminante y, en parte, contra el canje de deuda, que hubiera debido desarrollar sus posibilidades políticas. Pero el aniversario lo encuentra en la antesala de una crisis.
Solanas mismo acaba de declarar que está “condenado a proponer debates y buscar consensos” (La Nación, 27/6), o sea, a actuar como rueda auxiliar del oficialismo o la ‘oposición’. El proyecto de Solanas es apuntarse para 2011, en un intento de repetir experiencias que acaban de fracasar electoralmente en Chile y Colombia. No es una fuerza de movilización popular, porque como lo repite Solanas hasta el cansancio, quiere cambios “dentro del sistema y los métodos democráticos”. La base sindical de Proyecto Sur, el ala Degennaro de la CTA, está siendo pulverizada por los agentes K. En estas condiciones debe superar la alternativa que ofrecería una alianza entre la UCR, el PS, la CC y el Gen. Ante esta circunstancia, no suena extraño que circule la versión de que Solanas podría convertirse en el candidato a Intendente de aquella coalición.
Celebrando el pasado
La carta más fuerte de la camarilla es la reactivación de la economía como consecuencia del ascenso, en gran parte especulativo, de los precios de las materias primas. Pero la complacencia es simplista, como lo demuestra la crisis comercial que enfrenta con diferentes países y, por sobre todo, el estancamiento de la ocupación laboral y la inflación. Los llamados países emergentes enfrentan la contradicción de que una reactivación incentiva las reivindicaciones laborales y sociales, cuando la crisis mundial se agudiza de día en día. Una reversión de las oportunidades económicas de los ‘emergentes’, o de Argentina en particular, pondría fin al experimento kirchnerista sin mayores trámites. La bancarrota europea reinstaló en la Argentina el escenario de la fuga de capitales. La sobreproducción mundial y el agravamiento de la competencia comercial liquidaron la “balanza comercial positiva”. La principal apuesta del canje –lograr financiamiento internacional barato– ya sucumbió, más allá de las discusiones sobre su “grado de aceptación”. El gobierno celebra su repunte como síntoma de un futuro venturoso. Pero, en verdad, festeja a cuenta de un pasado cuyas bases se encuentran agotadas.
La clase obrera
Hace un año, los trabajadores repartieron sus votos entre oficialistas y opositores. La clase obrera carece de una fisonomía política independiente; sin embargo, se ha convertido en el protagonista fundamental de la crisis en los marcos de las luchas reivindicativas. La burocracia sindical se encuentra en la mayor crisis de su historia, que procura superar con un reagrupamiento parcial de fuerzas entre la CTA de Yasky y la CGT de Moyano. Es un recurso para enfrentar la rebelión antiburocrática con el apoyo del Estado y, por sobre todo, un recurso del Estado para salvarse políticamente. El proceso iniciado por los trabajadores del subte (ya desde el segundo gobierno menemista) define una etapa de transición del movimiento obrero que se manifiesta en numerosas fábricas e incluso sindicatos. El gobierno ha puesto su mira en la cooptación de una parte de la dirección de este movimiento; lo mismo ocurre por parte de los sectores patronales de la oposición (Binner, por ejemplo, en relación con la fracción de oposición de la CTA). La clase obrera vive una etapa de rebelión, como ocurre con la clase obrera de numerosos países por la crisis mundial, frenada relativamente por la burocracia integrada al Estado, como sucede también en la mayoría de los países. Pero una cosa es cierta: la rebelión obrera va a continuar como consecuencia inevitable de la crisis mundial y de las crisis políticas que esa crisis engendra. En este marco se va a desarrollar la lucha por la independencia política de la clase obrera y la construcción de un partido propio. Contra el recurso último del Estado y la burocracia sindical de buscar compromisos con los trabajadores para defender la llamada ‘paz social’, es necesario desnudar que la ‘paz social’ es la vía para la derrota, y oponer a ella la independencia política de la clase obrera.
De nuevo en este marco, la independencia política de los trabajadores no será, ni puede ser, el resultado automático de las luchas reivindicativas. Es necesario introducir en las filas del proletariado la conciencia política de la bancarrota mundial del capitalismo, o sea la conclusión de que ella plantea la revolución social –la reorganización social sobre nuevas bases. Esta es la delimitación fundamental en el campo de la política obrera y socialista. La denuncia de que no debemos abordar la crisis mundial desde un ángulo catastrofista constituye no solamente un error sino, por sobre todo, un abordaje conservador y una vía para la capitulación. Obviamente, cualquier aproximación unilateral es negativa, pero en la presente crisis histórica es mejor ir ajustando, conforme al desarrollo de los acontecimientos, la perspectiva catastrofista, que tomar como partida la especie conservadora de que “el capitalismo sale siempre de la crisis” – una falacia que nunca podrá probarse porque, con la victoria del socialismo internacional, el problema mismo deja de tener sentido.
El sinsabor de los ‘opositores’, un año después, está plenamente justificado. El 28 de junio de 2009 habían prometido un viraje político que resultaría en una “parlamentarización” que desplazaría el centro de las decisiones políticas de la Casa Rosada al Congreso. En esta línea se escucharon planteos a favor de una nueva reforma constitucional para limitar poderes al Ejecutivo y posibilitar la destitución del jefe de Gabinete por parte del Congreso. El planteo parlamentarista fracasó sin atenuantes y ya no se escucha nada sobre la reforma constitucional. El gobierno aprovechó el período hasta la asunción del nuevo Congreso para dictar leyes fundamentales (como la ‘reforma política’) y aprobar el Presupuesto 2010. La oposición fue absolutamente incapaz de enfrentar estos atropellos mediante la movilización popular. Más tarde se produjo el choque por el uso de las reservas del Banco Central, que el gobierno ganó por varios cuerpos y, en el camino, reforzó la función de los decretos de necesidad y urgencia, que luego fue ratificada por la Corte. En este caso los ‘opositores’ se toparon con que la burguesía mundial aprobaba, aunque con entusiasmo retaceado, una medida que permitía pagar la deuda externa de Argentina y garantizar el canje de deuda y un nuevo ciclo de endeudamiento. La Corte defendió la vigencia del régimen de decretos de necesidad con el reiterado argumento de que limitan al Ejecutivo frente al Congreso (cuando nunca antes tuvo esa facultad constitucional) y cuando, en realidad, otorgan poderes legislativos al Presidente. En definitiva, a partir del resultado electoral del año pasado se desarrolló una fragmentación del régimen político, que se ha agudizado en las últimas semanas: hoy tenemos un bonapartismo presidencial que provoca choques permanentes; un parlamentarismo impotente que divide a los bloques opositores, y un Poder Judicial cuyos fallos son rechazados, lo que obliga al arbitraje permanente de la Corte Suprema.
Desborocotización
El kirchnerismo celebra una curiosa suerte de “renacimiento” oficial, cuando en los hechos ha instaurado un método de gobierno de crisis, que no le sirve para encarar siquiera los problemas apremiantes que le plantea la crisis mundial. Los K se complacen con la incapacidad de los opositores para imponer su victoria electoral en el Congreso, sin reconocer que la disgregación principal se viene produciendo en sus propias filas –con el apartamiento de senadores oficialistas, gobernadores y funcionarios en diferentes provincias y niveles. Los K se apoyan cada vez más en un gobierno de camarilla, como lo acaba de reiterar la salida de Taiana. Una parte importante de su personal transita con más frecuencia los pasillos de los Tribunales. La base social del gobierno es cada vez más contradictoria: de un lado, recibe el apoyo del imperialismo –por su alineamiento contra Irán–, de los especuladores de la deuda argentina, de los grandes pulpos mineros y las constructoras; del otro, el apoyo de una fracción cada vez más reducida de la burocracia sindical (Moyano y Yasky, cada vez más enfrentados en la CGT y CTA), cuya debilidad quedó de manifiesto en su derrota en el sindicato de la Alimentación y en otras paritarias. La cooptación de sectores que vienen de campos ajenos a la burocracia ha servido más para perjudicar el futuro de éstos que para beneficiar al gobierno. El gobierno podría incluso atribuirse haber logrado una polarización política de cara a las elecciones de 2011, pero se trata de una polarización superestructural o ficticia. De un lado, no ha logrado producir ninguna movilización popular; del otro, tampoco consiguió emblocar a la oposición en un único bloque de derecha. El bonapartismo impotente de la camarilla no equivale al ‘renacimiento’ que se adjudica el oficialismo.
El 28 de junio debería ser motivo de celebración para Solanas, después de su impactante segundo lugar en la Capital. Desde entonces ha desarrollado una agitación parcial contra la minería contaminante y, en parte, contra el canje de deuda, que hubiera debido desarrollar sus posibilidades políticas. Pero el aniversario lo encuentra en la antesala de una crisis.
Solanas mismo acaba de declarar que está “condenado a proponer debates y buscar consensos” (La Nación, 27/6), o sea, a actuar como rueda auxiliar del oficialismo o la ‘oposición’. El proyecto de Solanas es apuntarse para 2011, en un intento de repetir experiencias que acaban de fracasar electoralmente en Chile y Colombia. No es una fuerza de movilización popular, porque como lo repite Solanas hasta el cansancio, quiere cambios “dentro del sistema y los métodos democráticos”. La base sindical de Proyecto Sur, el ala Degennaro de la CTA, está siendo pulverizada por los agentes K. En estas condiciones debe superar la alternativa que ofrecería una alianza entre la UCR, el PS, la CC y el Gen. Ante esta circunstancia, no suena extraño que circule la versión de que Solanas podría convertirse en el candidato a Intendente de aquella coalición.
Celebrando el pasado
La carta más fuerte de la camarilla es la reactivación de la economía como consecuencia del ascenso, en gran parte especulativo, de los precios de las materias primas. Pero la complacencia es simplista, como lo demuestra la crisis comercial que enfrenta con diferentes países y, por sobre todo, el estancamiento de la ocupación laboral y la inflación. Los llamados países emergentes enfrentan la contradicción de que una reactivación incentiva las reivindicaciones laborales y sociales, cuando la crisis mundial se agudiza de día en día. Una reversión de las oportunidades económicas de los ‘emergentes’, o de Argentina en particular, pondría fin al experimento kirchnerista sin mayores trámites. La bancarrota europea reinstaló en la Argentina el escenario de la fuga de capitales. La sobreproducción mundial y el agravamiento de la competencia comercial liquidaron la “balanza comercial positiva”. La principal apuesta del canje –lograr financiamiento internacional barato– ya sucumbió, más allá de las discusiones sobre su “grado de aceptación”. El gobierno celebra su repunte como síntoma de un futuro venturoso. Pero, en verdad, festeja a cuenta de un pasado cuyas bases se encuentran agotadas.
La clase obrera
Hace un año, los trabajadores repartieron sus votos entre oficialistas y opositores. La clase obrera carece de una fisonomía política independiente; sin embargo, se ha convertido en el protagonista fundamental de la crisis en los marcos de las luchas reivindicativas. La burocracia sindical se encuentra en la mayor crisis de su historia, que procura superar con un reagrupamiento parcial de fuerzas entre la CTA de Yasky y la CGT de Moyano. Es un recurso para enfrentar la rebelión antiburocrática con el apoyo del Estado y, por sobre todo, un recurso del Estado para salvarse políticamente. El proceso iniciado por los trabajadores del subte (ya desde el segundo gobierno menemista) define una etapa de transición del movimiento obrero que se manifiesta en numerosas fábricas e incluso sindicatos. El gobierno ha puesto su mira en la cooptación de una parte de la dirección de este movimiento; lo mismo ocurre por parte de los sectores patronales de la oposición (Binner, por ejemplo, en relación con la fracción de oposición de la CTA). La clase obrera vive una etapa de rebelión, como ocurre con la clase obrera de numerosos países por la crisis mundial, frenada relativamente por la burocracia integrada al Estado, como sucede también en la mayoría de los países. Pero una cosa es cierta: la rebelión obrera va a continuar como consecuencia inevitable de la crisis mundial y de las crisis políticas que esa crisis engendra. En este marco se va a desarrollar la lucha por la independencia política de la clase obrera y la construcción de un partido propio. Contra el recurso último del Estado y la burocracia sindical de buscar compromisos con los trabajadores para defender la llamada ‘paz social’, es necesario desnudar que la ‘paz social’ es la vía para la derrota, y oponer a ella la independencia política de la clase obrera.
De nuevo en este marco, la independencia política de los trabajadores no será, ni puede ser, el resultado automático de las luchas reivindicativas. Es necesario introducir en las filas del proletariado la conciencia política de la bancarrota mundial del capitalismo, o sea la conclusión de que ella plantea la revolución social –la reorganización social sobre nuevas bases. Esta es la delimitación fundamental en el campo de la política obrera y socialista. La denuncia de que no debemos abordar la crisis mundial desde un ángulo catastrofista constituye no solamente un error sino, por sobre todo, un abordaje conservador y una vía para la capitulación. Obviamente, cualquier aproximación unilateral es negativa, pero en la presente crisis histórica es mejor ir ajustando, conforme al desarrollo de los acontecimientos, la perspectiva catastrofista, que tomar como partida la especie conservadora de que “el capitalismo sale siempre de la crisis” – una falacia que nunca podrá probarse porque, con la victoria del socialismo internacional, el problema mismo deja de tener sentido.
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