
Obreros y soldados
Los medios de comunicación abundan ahora en informaciones sobre el desencadenamiento de huelgas obreras en Egipto, lo cual marca, sin el menor rastro duda, una profundización del proceso revolucionario. Pero no se trata solamente de una "liberación de fuerzas" desatada por la caída de Mubarak: ha sido el factor decisivo o el golpe final que propició esa caída. Las huelgas comenzaron varios días antes de la partida del dictador y adquirieron su punto más alto el 10 de enero, el día previo a la renuncia de Mubarak. O sea que debutaron como huelgas políticas que ligaban la satisfacción de las reivindicaciones económicas al derrocamiento del régimen. Esto desmiente la versión que presenta a la revolución como un fenómeno ‘bloggero', en un claro intento de definir (y orientar) a la revolución como un proceso estrictamente democrático, no social, e incluso como ‘occidental', o sea identificado con la demagogia democratizante del imperialismo mundial. Pero "la revolución no será twitteada": la clase obrera ha sido la más activa en la oposición a Mubarak, al menos desde las huelgas de 2005, duramente reprimidas por la dictadura. Una de las iniciativas más importantes de las huelgas obreras ha sido desautorizar a la burocracia sindical del régimen, impulsar su expulsión de la Federación de Sindicatos y desarrollar una nueva dirección. En la agenda de la revolución ha quedado instalada la convocatoria de un Congreso de Bases. Para los observadores más entrenados con la política regional, el otro factor decisivo que llevó al desahucie del gobierno fue la verificación de que no contaban con el acatamiento de la tropa de las fuerzas armadas para una alternativa represiva. Luego de la salida de Mubarak se han producido huelgas entre el personal policial y manifestaciones de confraternización de los soldados. Estas tendencias esbozan una perspectiva de alianza de la clase obrera con la base del ejército, incluidos oficiales de menor graduación. Estas tenencias muestran la envergadura que ha alcanzado el proceso revolucionario -y condicionan el proceso político que se ha iniciado.
Asamblea Constituyente
Mubarak se llevó con él al vice que había designado para sucederlo, el super espía Suleimán, pero nada más. El nuevo gobierno es el mismo que había designado de ‘faraón' descartado. Aunque disolvió la asamblea nacional de Mubarak, el régimen de excepción con el que gobernó Mubarak no ha sido derogado ni han sido liberados los presos políticos. La hoja de ruta de los sucesores se limita a lo siguiente: que un comité, con integrantes de la oposición, redacte un proyecto de Constitución que sería sometido a referendo y realizar elecciones en seis meses. No contempla satisfacer ninguna reivindicación social -por el contrario, ha amenazado a las huelgas con el establecimiento de la ley marcial. La inadecuación de este planteo con la situación política es abismal, lo cual no ha impedido que le diera su aprobación el grupo ‘bloggero' que encabeza un ejecutivo de Google, en una reunión oficial que mantuvo con el primer ministro. También ha recibido la aprobación del ex inspector de la ONU, El Baradei, e incluso de varios voceros de la Hermandad Musulmana.
La revolución se ha parado sobre sus propios pies y ha obligado al régimen político a reorientar la ruta que tenía establecida, pero todavía lo ha dejado indemne, y aun más al aparato estatal. Es decir que aún están lejos de ser realizados los objetivos mínimos de la revolución. La alianza de fuerzas opositoras reivindica esta salida porque prevé, mediante las elecciones, la salida del gobierno en un plazo breve, pero fundamentalmente porque ella también quiere poner fin al proceso deliberativo. La burguesía y una parte de la pequeña burguesía reclaman reanudar el proceso económico alterado por la crisis revolucionaria. El planteo tiene el apoyo abierto de Obama y es la nueva línea de contención para Israel, Arabia Saudita y otros regímenes amenazados. Pero el apoyo de la oposición al planteo del gobierno es todavía más inadecuado que el propio planteo. El nuevo gobierno está a la búsqueda de una interrupción de la movilización popular para aplastar la revolución y mantener el régimen repudiado. La contrarrevolución necesita derribar a la revolución del pedestal que ha conquistado. Las masas necesitan, por el contrario, valerse de ese pedestal para desarrollar sus propias organizaciones, que es la vía para que puedan convertirse en alternativa de poder.
Esta caracterización indica que la reivindicación de una Asamblea Constituyente inmediata, sería la más adecuada a la etapa actual de la revolución y de la organización y conciencia de las masas. Marca una línea de delimitación con el régimen y, por lo tanto, clarifica los términos de una oposición política. Una Asamblea Constituyente es incompatible con la continuidad del gobierno de Mubarak sin Mubarak y por eso plantea la necesidad de que un gobierno nacido de las masas realice la convocatoria. Por eso, el reclamo de la Constituyente debería servir para desarrollar las organizaciones obreras, no solamente una nueva central sindical que agrupe al conjunto de las masas movilizadas, incluidos los campesinos pobres. Debería servir, asimismo, para organizar el control obrero en las empresas y comités de barrios para supervisar los abastecimientos.
La cuestión internacional
La insistencia del sionismo y de la derecha norteamericana en que la revolución implica una amenaza para Israel y para ‘la paz' en la región significa que están preparando una guerra, como último recurso, si fracasan los planes continuistas. La guerra ha sido el recurso reiterado de la reacción contra todas las revoluciones a través de la historia. Es necesario advertir estas intenciones y denunciarlas por medio de una campaña internacional. La revolución debe operar por medio del "efecto demostración": al profundizar su propio rumbo, la revolución egipcia le marca una perspectiva al conjunto de las masas de las diferentes naciones y, de ese modo, socava a la reacción política internacional. Una "unidad árabe para terminar con el sionismo" sería funcional a la reacción, por la doble razón de que sería una alianza con la contrarrevolución interior y un pretexto de guerra para el imperialismo. El planteo adecuado debería ser la unidad de los explotados de las naciones árabes (incluidos los árabes palestinos que habitan Israel) para derrocar a sus regímenes opresores sin distinción de tendencia política. La Autoridad Palestina, por ejemplo, acaba de convocar a elecciones completamente truchas para legitimar a su gobierno proyanqui y prosionista. Un boicot a estas elecciones debería estar presidido por el reclamo de una Asamblea Constituyente que reúna a Cisjordania y Gaza, para reivindicar el planteo de una República Unica en todo el territorio histórico de Palestina con iguales derechos para árabes y judíos, y el respeto al retorno de la población palestina expulsada por el sionismo. La política internacional de la revolución en el Medio Oriente debe ser la de impulsar los procesos revolucionarios mediante el ejemplo propio y la denuncia de los preparativos de guerra de parte del imperialismo, el sionismo y la reacción árabe.
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