La paridad de los resultados del Frente de Izquierda conseguidos en Neuquén con la suma de los obtenidos hace dos años por los partidos del Frente (PO, de un lado, y PTS-IS-MAS, del otro) demuestra que tenemos por delante una lucha muy difícil en la que debemos empeñarnos con tenacidad. Pero por esas mismas razones, la victoria que hemos obtenido al lograr el propósito de ingresar una bancada obrera y socialista en la Legislatura es todavía mayor. Por un lado, verifica en la práctica que el Frente de Izquierda es un instrumento político insustituible para hacer frente al presente período político, cargado de crisis políticas nacionales y de estallidos financieros de enorme alcance a nivel internacional. Ha sido un acierto armar un polo político único frente a los partidos capitalistas; lo contrario hubiera dado una señal desmoralizadora a los trabajadores que luchan y dejado un vacío político en beneficio de los partidos de la pequeña burguesía. La matemática de los cocientes electorales nos dejó a un 0,5% de la posibilidad de ingresar un segundo legislador, lo cual se explica por la disgregación de los partidos pseudo izquierdistas que se metieron en frentes o alianzas extrañas a la clase obrera.
Nuestra intervención política potenció la disgregación de nuestros rivales y ofreció una perspectiva a muchos activistas que aún no se han formado conceptos sólidos sobre el momento histórico que atravesamos. En las horas que siguieron a la celebración del triunfo conseguido, un planteo del Frente impactó en el sector más activo de nuestro electorado: que la banca sería una actividad colectiva, con una agenda colectiva discutida en asambleas y con un ejercicio rotativo de la función legisladora en el período de cuatro años. Lo que hace un tiempo surgió, desde otros campos, como un método de repartija de cargos entre candidatos en conflicto ha emergido, como consecuencia de la nueva conciencia que desarrolla la lucha de los explotados, en un método de gobierno característico de los trabajadores que luchan por sus objetivos históricos.
Necesitamos imponer el sello de estas conclusiones en las próximas etapas de la campaña, que son mucho más difíciles que las que hemos debido encarar en Neuquén. Es necesario alargar la mirada sobre la campaña electoral al inmenso panorama que nos está enfrentando la historia mundial. En el país, aún nos encontramos muy lejos de mensurar el golpazo moral y político que significa la estafa de la Fundación Madres bajo la batuta de Schoklender, quien en tiempos mejores fue considerado un espadachín preciado del oficialismo. El edificio de la cooptación ha sido sacudido por un tsunami, porque expone al trabajador común y al aún más común de los ciudadanos la enorme descomposición del aparato oficial infiltrado en las organizaciones populares y su gigantesca corrupción. Han pasado sólo ocho meses del asesinato de nuestro compañero Mariano Ferreyra y vuelve a saltar a la vista de todo el mundo el tejido mafioso de la camarilla oficial. Esa misma camarilla se encuentra protagonizando, ahora mismo, un episodio gigantesco de su descomposición en la provincia de origen de sus menesteres. Es que la sacrificada huelga de los maestros santacruceños obedece casi por entero a la provocación oficial, que quiere imponer su autoridad ante las camarillas que le disputan la sucesión electoral, haciendo ‘escarmentar' a los docentes. El gobernador Peralta -en puja con De Vido, Alicia Kirchner y Córdoba, el ex intendente de Caleta- está dispuesto a incendiar todo para ganar la disputa por su reelección. Pero lo cierto es que Adosac no afloja, sino que persiste mientras las luchas de los petroleros se extienden a Comodoro y comienza una huelga en Veladero, la mina de Barrick Gold y la kirchnerista Fomicruz. Las masas sienten y sufren el ‘final de régimen', aunque en el caso de los K ocurre precisamente que han sido incapaces de estructurar uno que reúna sus características.
La crisis política se inscribe en Argentina en una perspectiva que, por un lado, va más allá de las elecciones y, por el otro, está condicionada -cada vez más y con mayor apremio- por la crisis mundial, que no le va a la zaga, sino que, por el contrario, se le adelanta. Los cerebros del capital profetizan "la tormenta perfecta", que alude a la conjunción de la crisis en Estados Unidos y China con el derrumbe financiero de Europa. Lo que queda claro es que los métodos políticos que se usaron para enfrentar las primeras manifestaciones del derrumbe capitalista han fracasado. Cuatro años después, la quiebra de los bancos se presenta en masa, pero ahora sin la posibilidad de un rescate a cargo de las finanzas públicas ¡que se encuentran absolutamente quebradas! El estallido financiero pone a los Estados capitalistas ante la necesidad de apelar al recurso último del sistema, que es la nacionalización generalizada, aunque provisional, de los bancos para imponer una reestructuración capitalista con métodos autoritarios. ¿Pero qué gobierno o Estado se anima a dar el primer paso, cuando la mayoría de ellos ha reculado ante la menor insinuación de medidas reguladoras de las finanzas? El ingreso de China en este escenario catastrófico es completamente pertinente, porque con 30 millones de unidades habitacionales vacías, amenaza caer ella misma en una crisis financiera y estrangular uno de los factores que mantuvo la demanda mundial en los últimos años. Pero China es la que ha financiado a Estados Unidos en la última década y de ella depende que no se hunda el dólar. No es una ‘tormenta' lo que se avecina, sino el estallido más generalizado de las contradicciones capitalistas en los últimos ochenta años.
¿Qué partido siquiera insinúa, en esta campaña electoral, en su programa, una comprensión de esta situación histórica y de la vía de salida? Acaba de aparecer un Frente Amplio Progresista, que Binner encabeza obligado por la crisis de su fuerza, que decidió debutar con la propuesta de devaluar el peso para mantener los beneficios del capital agrario e industrial y de los monopolios de exportación. O sea, echarle nafta al fuego; nada de nacionalizar petróleo y ferrocarriles como pregonaban los Solana y los Lozano. ¿Y en qué quedará entonces el prometido 82% móvil en un frente progre que no lo incluye en su programa y que lo último que pretende es restituir los aportes patronales a la previsión social?
Las organizaciones y militantes del Frente de Izquierda debemos tomar conciencia del momento histórico que vivimos, de catástrofe del capital y de la necesidad de desarrollar metódicamente -o sea por medio de la propaganda, agitación y organización- las condiciones para una victoria de los trabajadores. Cada voto que obtengamos, y ni qué decir de cada militante que reclutemos, será el registro del avance de nuestra causa.
Esta es la tarea que se ha impuesto, históricamente, el Partido Obrero.
Nuestra intervención política potenció la disgregación de nuestros rivales y ofreció una perspectiva a muchos activistas que aún no se han formado conceptos sólidos sobre el momento histórico que atravesamos. En las horas que siguieron a la celebración del triunfo conseguido, un planteo del Frente impactó en el sector más activo de nuestro electorado: que la banca sería una actividad colectiva, con una agenda colectiva discutida en asambleas y con un ejercicio rotativo de la función legisladora en el período de cuatro años. Lo que hace un tiempo surgió, desde otros campos, como un método de repartija de cargos entre candidatos en conflicto ha emergido, como consecuencia de la nueva conciencia que desarrolla la lucha de los explotados, en un método de gobierno característico de los trabajadores que luchan por sus objetivos históricos.
Necesitamos imponer el sello de estas conclusiones en las próximas etapas de la campaña, que son mucho más difíciles que las que hemos debido encarar en Neuquén. Es necesario alargar la mirada sobre la campaña electoral al inmenso panorama que nos está enfrentando la historia mundial. En el país, aún nos encontramos muy lejos de mensurar el golpazo moral y político que significa la estafa de la Fundación Madres bajo la batuta de Schoklender, quien en tiempos mejores fue considerado un espadachín preciado del oficialismo. El edificio de la cooptación ha sido sacudido por un tsunami, porque expone al trabajador común y al aún más común de los ciudadanos la enorme descomposición del aparato oficial infiltrado en las organizaciones populares y su gigantesca corrupción. Han pasado sólo ocho meses del asesinato de nuestro compañero Mariano Ferreyra y vuelve a saltar a la vista de todo el mundo el tejido mafioso de la camarilla oficial. Esa misma camarilla se encuentra protagonizando, ahora mismo, un episodio gigantesco de su descomposición en la provincia de origen de sus menesteres. Es que la sacrificada huelga de los maestros santacruceños obedece casi por entero a la provocación oficial, que quiere imponer su autoridad ante las camarillas que le disputan la sucesión electoral, haciendo ‘escarmentar' a los docentes. El gobernador Peralta -en puja con De Vido, Alicia Kirchner y Córdoba, el ex intendente de Caleta- está dispuesto a incendiar todo para ganar la disputa por su reelección. Pero lo cierto es que Adosac no afloja, sino que persiste mientras las luchas de los petroleros se extienden a Comodoro y comienza una huelga en Veladero, la mina de Barrick Gold y la kirchnerista Fomicruz. Las masas sienten y sufren el ‘final de régimen', aunque en el caso de los K ocurre precisamente que han sido incapaces de estructurar uno que reúna sus características.
La crisis política se inscribe en Argentina en una perspectiva que, por un lado, va más allá de las elecciones y, por el otro, está condicionada -cada vez más y con mayor apremio- por la crisis mundial, que no le va a la zaga, sino que, por el contrario, se le adelanta. Los cerebros del capital profetizan "la tormenta perfecta", que alude a la conjunción de la crisis en Estados Unidos y China con el derrumbe financiero de Europa. Lo que queda claro es que los métodos políticos que se usaron para enfrentar las primeras manifestaciones del derrumbe capitalista han fracasado. Cuatro años después, la quiebra de los bancos se presenta en masa, pero ahora sin la posibilidad de un rescate a cargo de las finanzas públicas ¡que se encuentran absolutamente quebradas! El estallido financiero pone a los Estados capitalistas ante la necesidad de apelar al recurso último del sistema, que es la nacionalización generalizada, aunque provisional, de los bancos para imponer una reestructuración capitalista con métodos autoritarios. ¿Pero qué gobierno o Estado se anima a dar el primer paso, cuando la mayoría de ellos ha reculado ante la menor insinuación de medidas reguladoras de las finanzas? El ingreso de China en este escenario catastrófico es completamente pertinente, porque con 30 millones de unidades habitacionales vacías, amenaza caer ella misma en una crisis financiera y estrangular uno de los factores que mantuvo la demanda mundial en los últimos años. Pero China es la que ha financiado a Estados Unidos en la última década y de ella depende que no se hunda el dólar. No es una ‘tormenta' lo que se avecina, sino el estallido más generalizado de las contradicciones capitalistas en los últimos ochenta años.
¿Qué partido siquiera insinúa, en esta campaña electoral, en su programa, una comprensión de esta situación histórica y de la vía de salida? Acaba de aparecer un Frente Amplio Progresista, que Binner encabeza obligado por la crisis de su fuerza, que decidió debutar con la propuesta de devaluar el peso para mantener los beneficios del capital agrario e industrial y de los monopolios de exportación. O sea, echarle nafta al fuego; nada de nacionalizar petróleo y ferrocarriles como pregonaban los Solana y los Lozano. ¿Y en qué quedará entonces el prometido 82% móvil en un frente progre que no lo incluye en su programa y que lo último que pretende es restituir los aportes patronales a la previsión social?
Las organizaciones y militantes del Frente de Izquierda debemos tomar conciencia del momento histórico que vivimos, de catástrofe del capital y de la necesidad de desarrollar metódicamente -o sea por medio de la propaganda, agitación y organización- las condiciones para una victoria de los trabajadores. Cada voto que obtengamos, y ni qué decir de cada militante que reclutemos, será el registro del avance de nuestra causa.
Esta es la tarea que se ha impuesto, históricamente, el Partido Obrero.
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