jueves, 16 de agosto de 2012

Un desenlace precario, una conclusión política

La gran huelga del subte

La gran huelga de diez días se levantó con un acuerdo provisorio, que incluye un aumento de días de licencias por vacaciones y por razones particulares, junto a una categoría más para boleteros y trabajadores de limpieza. Pero el trascendido de que contempla un aumento de 23% en los sueldos es falso. Corresponde a una maniobra de la UTA, una de las tantas que abundaron para bombardear la huelga. Esa treta consistió en mostrar un acta donde dicho aumento quedaría condicionado a la obtención de recursos que la patronal hoy niega tener. El compromiso efectivamente firmado sólo contempla pagar una suma por única vez, como compensación de días caídos. Pero incluso en este punto, también se encuentra condicionado: para cumplirlo, Metrovías “requerirá los fondos que sean necesarios para ese fin”. En pocas palabras, ni aumento salarial, ni paritaria, -las dos cuestiones que motivaron, una semana atrás, el masivo rechazo por la base de una propuesta similar. Además, es de una precariedad que hace dudar del cumplimiento de estos puntos.
El kirchnerismo y la huelga
La explicación de tan frustrante resultado reside en el trabajo tenaz de aislamiento y liquidación de la huelga por parte de los gobiernos de Cristina Kirchner y Macri, al extremo que los trabajadores no veían salida a un esfuerzo tan prolongado. Debe destacarse, en primer lugar, el papel del gobierno nacional, el que -autoproclamándose popular- le dio la espalda a los trabajadores en todos los sentidos. El ministerio de Tomada, que históricamente fue el ámbito de todas las negociaciones del subte, le cerró las puertas a la AGTSyP, convirtiéndolo en el único gremio sin discusión convencional en el país. Además, persistió en el desconocimiento de la personería gremial a un sindicato que probó ser el único con autoridad sobre los trabajadores del subte. Obsérvese que, por primera vez, la UTA tuvo que pasar a firmar el acta que la AGTSyP había acordado previamente, reconociendo públicamente que sólo ésta podía levantar el paro.
El estado mayor kirchnerista azuzaba a la directiva del sindicato del subte contra Macri, negándole al mismo tiempo cualquier ámbito para llevar adelante la negociación colectiva que podía darle salida a la huelga. Esta estrategia perversa no tuvo otro propósito que desarrollar una (falsa) polarización política con la derecha (Macri), por un lado, y de llevar a un desgaste la lucha del sindicato del subte y golpear a su organización independiente, por el otro. Mal que le pese a la filiación kirchnerista de los principales dirigentes de la AGTSyP, no hay que olvidar, ni por un momento, que la UTA de Fernández es un puntal de la ‘CGT Balcarce’, la central obrera que el gobierno pretende convertir en su sucursal directa.
El kirchnerismo justificó su ninguneo con el argumento de su “no incumbencia” en el subte, a partir del traspaso que Macri aceptó en enero pasado. Pero, en verdad, los que decían no poder “sentarse” a negociar -los K y Macri- lo vinieron haciendo sin problemas durante todo el período anterior al estallido de la huelga. Los diarios han relatado, en estos días, que a fines de julio se encontraba cerrado un acuerdo entre los dos gobiernos por el traspaso, con un paquete de inversiones, endeudamiento y, naturalmente, la “cuestión tarifaria”. Sin embargo, CFK lo habría congelado, con la exigencia de “que Macri primero solucione la huelga” (Clarín, 12/8)-”la huelga”, no las aspiraciones obreras. El kirchnerismo, en suma, le exigió al jefe del PRO que hiciera el trabajo sucio contra los trabajadores. Con toda seguridad, pasado el conflicto, los K y Macri volverán a sentarse, para intentar una ‘salida’ a costa del salario de los trabajadores, por un lado, y de los usuarios, por el otro.
Esta tarea de aislamiento de la lucha fue completada por las centrales sindicales, que ni se asomaron a la huelga más importante del último período. La CTA de Yasky, que se atribuye un falsificado padrinazgo sobre el subte, no sacó ni un comunicado. Moyano, que mostró colmillos opositores en Plaza de Mayo, se va al mazo cuando la lucha obrera llega más allá de las bravatas en los medios o las chicanas judiciales. Una movilización callejera de sindicatos y organizaciones populares, que hubieran golpeado las puertas de ambos gobiernos, habría destrabado en un par de días el obsesivo “gran bonete” con que fatigaron, tanto los macristas como los kirchneristas, a toda la población.
Macri, por su lado, recogió el guante del kirchnerismo y salió al ruedo de la polémica sobre la política de subsidios y el derrumbe de los trasportes bajo el gobierno K. Lo hizo con toda la hipocresía de los que compartieron dicha política, mientras sirvió para rebajar los costos capitalistas con recursos del Estado. Pero con más energía aún, el macrismo intentó demostrar que está dispuesto a imponer el orden y quebrar huelgas. Para ello, copió el libreto que los K ya habían usado contra las huelgas de camioneros y aeronáuticos: aplicar multas al sindicato y amenazar con la quita de la personería.
La conducción de la AGTSyP no supo desmarcarse de esta polarización y adoptar un curso independiente. Su alineamiento kirchnerista los condicionó para no desarrollar un emplazamiento a los poderes públicos, que garantizara la firma de una paritaria. La perfidia K los empujó a fondo en la campaña “Macri hacete cargo” y les soltó la mano cuando la carrera con el macrismo se acercó al precipicio. No se sabe qué le dijeron a Pianelli en la reunión de trasnoche con la cúpula del gobierno en la Rosada, pero todo hace pensar en algo así como: “Hasta aquí llegamos, levantá la huelga como sea”.
En la mañana de su levantamiento, la viceministra Rial fue con los tapones de punta contra la huelga. La propuesta de convocar a una movilización popular que reclamara a ambos gobiernos la convocatoria a la paritaria- que los compañeros de la ATM plantearon y que empezó a difundirse en los túneles- fue fuertemente resistida por la conducción del sindicato, porque “no querían otro enemigo aparte de Macri”. No vieron -ni quisieron ver- que, al ningunear la paritaria, el otro gobierno hacía rato que estaba sentado en la vereda de enfrente de la huelga. Los diarios abundan en encuestas que demostrarían que la imagen de Cristina caía con la de Mauricio. En esas condiciones, los K forzaron el levantamiento de la huelga, a sabiendas de que quedaban en el camino reivindicaciones cruciales.
Las perspectivas
Es cierto que el precario compromiso firmado fue precedido por consultas a la base en las líneas, en algunos casos con la forma de asambleas. Pero en el clima creado por diez largas jornadas bajo tierra y el bloqueo político de toda salida por parte de las corrientes hegemónicas, la mayoría aceptó el fin de la huelga. La asamblea conjunta de la línea B y el taller Rancagua votó en contra del levantamiento y por mantener el pliego de partida: 28% de aumento, 2% por año de antigüedad y aumento en viáticos y licencias. Los compañeros volvieron al trabajo, pero la herida quedó abierta. La paritaria y el aumento salarial quedaron pendientes. El financiamiento y el traspaso del subte, no resueltos, le dan a este desenlace una gran inestabilidad. La completa incertidumbre en relación la cuestión del salario deja abierta una intensa deliberación en los túneles.
Conclusiones
La huelga del subte ha concentrado todos los elementos de la crisis política, y toda la clase obrera debe sacar sus conclusiones. La “controversia del traspaso” es sólo la envoltura de otra crisis: la del régimen de subsidios y rescate de los privatizadores, que los gobiernos capitalistas pretenden remontar a costa de tarifazos y del salario de los trabajadores de los servicios públicos. En esta línea, el movimiento obrero del subte -que arrancó en la última década conquistas fundamentales- es un objetivo estratégico. Los K y los Macri (la oposición patronal) no difieren en estos objetivos, sólo pretenden dirimir las cargas políticas del “ajuste” en función del desenlace de esta crisis y de la lucha por la sucesión. El derrumbe del ‘modelo’ de los Roggio-Cirigliano no tolera la menor autonomía de los sindicatos: la presión del Estado sobre los sindicatos se ha redoblado, y más que eso, cuando se trata de aquellas organizaciones obreras que han emergido de luchas y de una oposición tenaz a la burocracia sindical tradicional. En el subte, la defensa de las conquistas salariales y laborales en peligro plantea, como nunca, la cuestión de su independencia política frente al gobierno y todas las variantes patronales.
Sergio Villamil

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