La gran huelga del subte
La gran huelga de diez días se levantó
con un acuerdo provisorio, que incluye un aumento de días de licencias
por vacaciones y por razones particulares, junto a una categoría más
para boleteros y trabajadores de limpieza. Pero el trascendido de que
contempla un aumento de 23% en los sueldos es falso. Corresponde a una
maniobra de la UTA, una de las tantas que abundaron para bombardear la
huelga. Esa treta consistió en mostrar un acta donde dicho aumento
quedaría condicionado a la obtención de recursos que la patronal hoy
niega tener. El compromiso efectivamente firmado sólo contempla pagar
una suma por única vez, como compensación de días caídos. Pero incluso
en este punto, también se encuentra condicionado: para cumplirlo,
Metrovías “requerirá los fondos que sean necesarios para ese fin”. En
pocas palabras, ni aumento salarial, ni paritaria, -las dos cuestiones
que motivaron, una semana atrás, el masivo rechazo por la base de una
propuesta similar. Además, es de una precariedad que hace dudar del
cumplimiento de estos puntos.
El kirchnerismo y la huelga
La explicación de tan frustrante
resultado reside en el trabajo tenaz de aislamiento y liquidación de la
huelga por parte de los gobiernos de Cristina Kirchner y Macri, al
extremo que los trabajadores no veían salida a un esfuerzo tan
prolongado. Debe destacarse, en primer lugar, el papel del gobierno
nacional, el que -autoproclamándose popular- le dio la espalda a los
trabajadores en todos los sentidos. El ministerio de Tomada, que
históricamente fue el ámbito de todas las negociaciones del subte, le
cerró las puertas a la AGTSyP, convirtiéndolo en el único gremio sin
discusión convencional en el país. Además, persistió en el
desconocimiento de la personería gremial a un sindicato que probó ser el
único con autoridad sobre los trabajadores del subte. Obsérvese que,
por primera vez, la UTA tuvo que pasar a firmar el acta que la AGTSyP
había acordado previamente, reconociendo públicamente que sólo ésta
podía levantar el paro.
El estado mayor kirchnerista azuzaba a
la directiva del sindicato del subte contra Macri, negándole al mismo
tiempo cualquier ámbito para llevar adelante la negociación colectiva
que podía darle salida a la huelga. Esta estrategia perversa no tuvo
otro propósito que desarrollar una (falsa) polarización política con la
derecha (Macri), por un lado, y de llevar a un desgaste la lucha del
sindicato del subte y golpear a su organización independiente, por el
otro. Mal que le pese a la filiación kirchnerista de los principales
dirigentes de la AGTSyP, no hay que olvidar, ni por un momento, que la
UTA de Fernández es un puntal de la ‘CGT Balcarce’, la central obrera
que el gobierno pretende convertir en su sucursal directa.
El kirchnerismo justificó su ninguneo
con el argumento de su “no incumbencia” en el subte, a partir del
traspaso que Macri aceptó en enero pasado. Pero, en verdad, los que
decían no poder “sentarse” a negociar -los K y Macri- lo vinieron
haciendo sin problemas durante todo el período anterior al estallido de
la huelga. Los diarios han relatado, en estos días, que a fines de julio
se encontraba cerrado un acuerdo entre los dos gobiernos por el
traspaso, con un paquete de inversiones, endeudamiento y, naturalmente,
la “cuestión tarifaria”. Sin embargo, CFK lo habría congelado, con la
exigencia de “que Macri primero solucione la huelga” (Clarín, 12/8)-”la
huelga”, no las aspiraciones obreras. El kirchnerismo, en suma, le
exigió al jefe del PRO que hiciera el trabajo sucio contra los
trabajadores. Con toda seguridad, pasado el conflicto, los K y Macri
volverán a sentarse, para intentar una ‘salida’ a costa del salario de
los trabajadores, por un lado, y de los usuarios, por el otro.
Esta tarea de aislamiento de la lucha
fue completada por las centrales sindicales, que ni se asomaron a la
huelga más importante del último período. La CTA de Yasky, que se
atribuye un falsificado padrinazgo sobre el subte, no sacó ni un
comunicado. Moyano, que mostró colmillos opositores en Plaza de Mayo, se
va al mazo cuando la lucha obrera llega más allá de las bravatas en los
medios o las chicanas judiciales. Una movilización callejera de
sindicatos y organizaciones populares, que hubieran golpeado las puertas
de ambos gobiernos, habría destrabado en un par de días el obsesivo
“gran bonete” con que fatigaron, tanto los macristas como los
kirchneristas, a toda la población.
Macri, por su lado, recogió el guante
del kirchnerismo y salió al ruedo de la polémica sobre la política de
subsidios y el derrumbe de los trasportes bajo el gobierno K. Lo hizo
con toda la hipocresía de los que compartieron dicha política, mientras
sirvió para rebajar los costos capitalistas con recursos del Estado.
Pero con más energía aún, el macrismo intentó demostrar que está
dispuesto a imponer el orden y quebrar huelgas. Para ello, copió el
libreto que los K ya habían usado contra las huelgas de camioneros y
aeronáuticos: aplicar multas al sindicato y amenazar con la quita de la
personería.
La conducción de la AGTSyP no supo
desmarcarse de esta polarización y adoptar un curso independiente. Su
alineamiento kirchnerista los condicionó para no desarrollar un
emplazamiento a los poderes públicos, que garantizara la firma de una
paritaria. La perfidia K los empujó a fondo en la campaña “Macri hacete
cargo” y les soltó la mano cuando la carrera con el macrismo se acercó
al precipicio. No se sabe qué le dijeron a Pianelli en la reunión de
trasnoche con la cúpula del gobierno en la Rosada, pero todo hace pensar
en algo así como: “Hasta aquí llegamos, levantá la huelga como sea”.
En la mañana de su levantamiento, la
viceministra Rial fue con los tapones de punta contra la huelga. La
propuesta de convocar a una movilización popular que reclamara a ambos
gobiernos la convocatoria a la paritaria- que los compañeros de la ATM
plantearon y que empezó a difundirse en los túneles- fue fuertemente
resistida por la conducción del sindicato, porque “no querían otro
enemigo aparte de Macri”. No vieron -ni quisieron ver- que, al ningunear
la paritaria, el otro gobierno hacía rato que estaba sentado en la
vereda de enfrente de la huelga. Los diarios abundan en encuestas que
demostrarían que la imagen de Cristina caía con la de Mauricio. En esas
condiciones, los K forzaron el levantamiento de la huelga, a sabiendas
de que quedaban en el camino reivindicaciones cruciales.
Las perspectivas
Es cierto que el precario compromiso
firmado fue precedido por consultas a la base en las líneas, en algunos
casos con la forma de asambleas. Pero en el clima creado por diez largas
jornadas bajo tierra y el bloqueo político de toda salida por parte de
las corrientes hegemónicas, la mayoría aceptó el fin de la huelga. La
asamblea conjunta de la línea B y el taller Rancagua votó en contra del
levantamiento y por mantener el pliego de partida: 28% de aumento, 2%
por año de antigüedad y aumento en viáticos y licencias. Los compañeros
volvieron al trabajo, pero la herida quedó abierta. La paritaria y el
aumento salarial quedaron pendientes. El financiamiento y el traspaso
del subte, no resueltos, le dan a este desenlace una gran inestabilidad.
La completa incertidumbre en relación la cuestión del salario deja
abierta una intensa deliberación en los túneles.
Conclusiones
La huelga del subte ha concentrado todos
los elementos de la crisis política, y toda la clase obrera debe sacar
sus conclusiones. La “controversia del traspaso” es sólo la envoltura de
otra crisis: la del régimen de subsidios y rescate de los
privatizadores, que los gobiernos capitalistas pretenden remontar a
costa de tarifazos y del salario de los trabajadores de los servicios
públicos. En esta línea, el movimiento obrero del subte -que arrancó en
la última década conquistas fundamentales- es un objetivo estratégico.
Los K y los Macri (la oposición patronal) no difieren en estos
objetivos, sólo pretenden dirimir las cargas políticas del “ajuste” en
función del desenlace de esta crisis y de la lucha por la sucesión. El
derrumbe del ‘modelo’ de los Roggio-Cirigliano no tolera la menor
autonomía de los sindicatos: la presión del Estado sobre los sindicatos
se ha redoblado, y más que eso, cuando se trata de aquellas
organizaciones obreras que han emergido de luchas y de una oposición
tenaz a la burocracia sindical tradicional. En el subte, la defensa de
las conquistas salariales y laborales en peligro plantea, como nunca, la
cuestión de su independencia política frente al gobierno y todas las
variantes patronales.
Sergio Villamil
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